Ilustración de Miriam Ascúa (Córdoba, 2014) |
…sí, mirando atrás, me recrimino por no haberle prestado atención a la perra, a su mirada inquieta cuando se resistía a pasear por el sendero sinuoso del pequeño bosque que nos dejaba en la calle donde podía corretear a gusto".
Aquella tarde de otoño oscureció más temprano y apuramos
la vuelta. Subíamos las dos por el camino cuando me pareció ver luces en la planta alta
y una silueta contra la ventana, corriendo la cortina. Me sorprendió. Según la
agencia, no había nadie en la casa.
Lucy terminó de comer y se echó a los pies de un sofá. Con algo de tiempo entre manos, y seguida de cerca por el retumbar de mis pasos sobre el piso de
madera enfatizando el ambiente lúgubre de la casa, curioseé las fotos de la
familia. Las había por todas partes, sobre las consolas, el piano de cola, los corredores y el estudio. Me llamaron la atención los retratos que colgaban de las paredes, y todos con la imagen de una misma mujer repitiendo la sonrisa envanecida, el estilo y la belleza de la legendaria Lauren
Bacall.
A la tarde siguiente, después de la caminata se me presentó, fugaz, la visión de una mujer alta subiendo las escaleras y la perra corriendo tras ella. Desconcertada, me cercioré de que la perra estaba a mi lado. Entonces fui a la cocina para prepararle la ración. En plena tarea, me aturdió un
ruido infernal. Los aparatos electrodomésticos y los relojes se dispararon al
unísono y las canillas, abiertas, descargaban chorros que desbordaban hasta el
piso. Manipulé interruptores. Cerré la llave del agua. No sirvió de nada.
Presa de la desesperación, llamé al cliente que estaba en Boston. Tan pronto se escuchó su
voz, milagrosamente retornó la calma. Falsa alarma, mentí y expliqué:
‒‒ Lo llamé porque no quería molestar a su esposa.
‒‒¿De qué esposa me habla? Mi mujer, Charlotte
falleció hace tres años. Por insistencia de mi terapeuta finalmente me animé a
salir de viaje, a dejar la casa y la perra al cuidado de extraños, y de pronto, todo enloquece. ¿Cómo está Lucy?
Confundida, informé que la perra estaba bien y corté
la comunicación. Al instante sonó el teléfono. Convencida de que era el dueño de casa, contesté.
No había nadie al otro lado de la línea. Pero apenas colgué, el teléfono volvió a sonar. Asustada, lo dejé sonar y sonar mientras intentaba llamar a la agencia con mi celular. No había señal. Corrí afuera, al
auto. El viejo Volvo se negó a
arrancar. Abatida, volví a la casa donde al parecer, todo estaba tranquilo y la perra seguía a los pies del sofá.
Violeta Balián @ 2014
Nota de la autora: La Sonrisa Envanecida forma parte de la antología de cuentos fantásticos Rumbo a Zoar y otros relatos de Violeta Balián publicada en 2014 por Eriginal Books, Miami, Florida EE UU