jueves, 19 de mayo de 2016

MADRE DE NUEVOS HOMBRES...

Ilustración de Miriam Ascúa (Córdoba, Argentina)
                                                                                                                                
«La suerte de los homínidas está echada. Sucumbirán a las aguas, a los hielos y al letargo milenario que eliminará todo rastro de vida de la faz de la Tierra.  El tiempo apremia. ¡Oh, Vishnaks, raza alada, raza gloriosa.  Los Inmortales os  convocan y demandan vuestro sacrificio. Uníos a los homínidas. Engendrad una raza de nuevos hombres que sobrevivirá miles de años y renacerá con el deshielo. La Tierra devendrá vuestro dominio!» exhortó el Vidente.

Nunca valoré los ciclos ordenados por los dioses, sin embargo, esta vez presté atención, entusiasmada con la idea de convertirme en una “madre de nuevos hombres”.  No dudaba que moriría en el intento pero me alentaba Lesq, el guerrero asignado a acompañarme.  Fue él quien consiguió que los científicos me entregaran el singular fruto de sus experimentos: una quimera con cabeza de perro, ojos suaves, largo hocico y extremidades de tarántula cuyo propósito era dispersar los códigos genéticos encapsulados en su organismo. 

Al verla, desbordé de amor y compasión. Sin atender a las instrucciones ni a mi familia que ya me despedía como a una heroína, la retuve entre mis alas y juntas, cubrimos incontables distancias antes de penetrar un aire nuevo, translúcido y desnudo.  Finalmente, reposamos en una playa. El sol quemaba. Plegué mis alas y permanecí tres días enroscada, boca abajo sobre la arena, arrullada por la quimera.

Al cuarto día apareció Lesq.  Traía consigo estrictas instrucciones del Vidente: debíamos tomar caminos separados. A Lesq le correspondía impregnar la mayor cantidad de hembras homínidas y a mí, cumplir con las órdenes que había recibido.   ‒‒Recién entonces gestarás híbridos ‒‒amenazó Lesq.

Angustiada, levanté vuelo para atravesar la aridez y la soledad de los valles. Llegué a la cima de una montaña.  A lo lejos, divisé praderas, aldeas, ciudades y humo, vestigios de antiguos imperios homínidas.  El desasosiego me hacía vacilar. Pero de pronto, respondiendo a un impulso, extendí las garras, tomé a la quimera e iniciando un ascenso pesado la dejé caer en medio de un campo.  Sin más, proseguí hacia las ciudades con sus torres y su gente, infundida con la urgencia de mi misión: producir una nueva raza de hombres y después, morir.

Violeta Balián ©2015

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