Ilustración de Miriam Ascúa (Córdoba, Argentina) |
«La
suerte de los homínidas está echada. Sucumbirán a las aguas, a los hielos y al
letargo milenario que eliminará todo rastro de vida de la faz de la
Tierra. El tiempo apremia. ¡Oh,
Vishnaks, raza alada, raza gloriosa. Los
Inmortales os convocan y demandan
vuestro sacrificio. Uníos a los homínidas. Engendrad una raza de nuevos hombres
que sobrevivirá miles de años y renacerá con el deshielo. La Tierra devendrá
vuestro dominio!» exhortó el Vidente.
Nunca
valoré los ciclos ordenados por los dioses, sin embargo, esta vez presté
atención, entusiasmada con la idea de convertirme en una “madre de nuevos
hombres”. No dudaba que moriría en el
intento pero me alentaba Lesq, el guerrero asignado a acompañarme. Fue él quien consiguió que los científicos me
entregaran el singular fruto de sus experimentos: una quimera con cabeza de
perro, ojos suaves, largo hocico y extremidades de tarántula cuyo propósito era
dispersar los códigos genéticos encapsulados en su organismo.
Al
verla, desbordé de amor y compasión. Sin atender a las instrucciones ni a mi
familia que ya me despedía como a una heroína, la retuve entre mis alas y
juntas, cubrimos incontables distancias antes de penetrar un aire nuevo,
translúcido y desnudo. Finalmente, reposamos
en una playa. El sol quemaba. Plegué mis alas y permanecí tres días enroscada,
boca abajo sobre la arena, arrullada por la quimera.
Al
cuarto día apareció Lesq. Traía consigo
estrictas instrucciones del Vidente: debíamos tomar caminos separados.
A Lesq le correspondía impregnar la mayor cantidad de hembras homínidas y a mí,
cumplir con las órdenes que había recibido. ‒‒Recién
entonces gestarás híbridos ‒‒amenazó Lesq.
Violeta
Balián ©2015
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