miércoles, 25 de enero de 2017

LA CONCUBINA



"Neko transfigurado"
Miriam Ascúa (Córdoba, Argentina)


un gato errante
dormido en las rodillas
del gran Buda
Kobayashi Issa (1763—1828)



Todo el mundo hablaba de Osaki, mi amo.  De sus famosas estampas ilustradas con geishas y gatos en las ventanas. De la incipiente ceguera que lo redujo al gran artista a pintar nada más que gatos porque como él mismo decía, conocía sus formas de memoria.  En cuanto a las geishas, explicaba el Maestro, aquellas hermosas y frágiles criaturas no eran más que un recuerdo lejano.  Así y todo, sus amigos y colegas, indignados ante la penosa condición en la que se encontraba Osaki, le echaban toda la culpa a Kuro, su desquiciada y caprichosa concubina.  Es que, por el distrito corrían rumores bien fundados de que puertas adentro y espejo en mano, la mujer acosaba al Maestro sin cesar:

--¿Es que no te das cuenta, Osaki? Aun soy bella, pero tú, tú ya no me pintas ni me amas.

En retrospectiva y desde mi humilde posición, estaba muy claro que la indiferencia que mi amo desplegaba hacia su mujer, empujó a Kuro a descargar toda su amargura en lo que ella más detestaba y el Maestro más amaba: un servidor.  De la noche a la mañana, la criada me sacó de la cocina a escobazos.  Desaparecieron también las míseras sardinas, los restos de comida y los cuencos con agua.  El toque final consistió en impedir mi fácil acceso al estudio del amo cerrando todas las puertas y ventanas de la casa.

Desterrado, salí a cazar.

Un día, merodeaba yo por el jardín cuando la mismísima Kuro me atrapó, estranguló y envolviendo mi cuerpo en un tatami lo colgó de un árbol, próximo a la calle y a la vista de los transeúntes.  La gente, extrañada, señalaba las cuatro patas y el par de orejas que sobresalían del bulto mientras los niños se divertían arrojándole piedras.  Pero yo ya no sufría, no; acogido en los brazos del Buda Misericordioso yo sólo oía la voz de mi amo, llamándome, angustiado.  ¡Qué le habría dicho esa arpía para justificar mi ausencia! ¿Qué después de todo yo era un gato callejero y no valía la pena buscarme?

El Buda, en su infinita compasión y consciente de los sufrimientos del amo, concibió un plan.  Para llevarlo a cabo y antes de devolverme a este plano, me agració con dos estados, uno corpóreo y el otro incorpóreo; a usar según los necesitara.  Fue así como conseguí entrar al estudio de Osaki donde lo encontré postrado y aturdido por los gritos de su mujer.

--¡Osaki, ponte a trabajar que nos hace falta dinero! --vociferaba Kuro.

Mientras tanto, pasaban los días y el fardo seguía colgado del árbol. ¡Uf! qué asco, rezongaba la criada al verlo cubierto de moscas.  Entonces, con la paciencia que me distingue, esperé mi oportunidad y tan pronto Kuro y la criada lo bajaron, me manifesté en carne y hueso.  Aterrorizada, Kuro echó a correr y yo tras ella.  La mujer tropezó, perdió sus chanclos y en la bruma alrededor tomó por un pasaje desconocido, pero ¡ay! con tal mala suerte, que fue a dar en las aguas inmundas del canal Shimbashi en cuya desembocadura apareció el cadáver días después.

Cuando el invierno se anunció antes de lo previsto, me instalé, feliz y extasiado en la casa del amo.  Una noche, junto a la lumbre, el viejo Osaki me dijo:

--Neko, no quiero que te vayas de mi lado.  Te prometo que el viaje definitivo lo haremos juntos, tú y yo.

«Pues, al buen tiempo, nueva cara», dicen por ahí.  De un salto me acomodé en su regazo y el amo, finalmente en paz, se durmió al son de mi suave ronronear.



 Violeta Balián © 2017

miércoles, 4 de enero de 2017

DACHNAVAR: el vampiro armenio





“Crónicas de un viaje por el Cáucaso”
Barón Hugo von Röhrbeck
 Longmans, Green, and Co. (Londres 1881)




«A poco de desembarcar en Samsún y emprender un viaje de reconocimiento topográfico por tierras armenias, contraté un guía y nos unimos a una caravana que viajaba hacia el sur.  Una noche, acampados a cielo abierto observé que los viajeros, uno tras otro se acercaban al fuego y arrojaban cabezas de ajo para ahuyentar a los malos espíritus. Al desconocer el origen de tales creencias, consulté con el guía.  Ante mi interés el hombre tuvo un momento de vacilación, miró alrededor, y en seguida me habló del vampiro Dachnavar, que desde tiempos inmemoriales habitaba una caverna incrustada en el Monte Ararat. Y que era ésta la criatura alada que sobrevolaba la región marcando su señorío sobre los abundantes y profundos valles del país que ellos llaman Hayastán.  Por otra parte, obsesionado con los intrusos, el vampiro había decretado que todo aquel que incursionara en su territorio o revelara el número secreto de sus valles, sufriría un castigo mortal o sea, una muerte peculiar dado que el monstruo atacaba a sus víctimas mordiéndolas en las plantas de los pies. 

Las infamias del Dachnavar perduraron por siglos y siglos hasta que un buen día encontró a su digno adversario en dos astutos extranjeros comisionados para hacer un conteo de los valles. Los  hombres, advertidos por las gentes del lugar se echaron a dormir poniendo los pies del uno detrás de la cabeza del otro. Horas más tarde, en la oscuridad, el Dachnavar dio con una cabeza. Tanteó el lado opuesto y allí también había una cabeza.

Humillado, protestó ‒‒: Vaya, he recorrido los 366 valles de estas montañas y bebido todas las sangres posibles sin haberme encontrado jamás con una criatura sin pies y dos cabezas‒‒.

‒‒A nuestro vampiro no le quedó sino un recurso: abandonar el país para nunca más volver.  Ahora, todos conocemos el número de sus valles  ‒‒ dijo el guía azuzando el fuego.

Pregunté qué certeza había de su huida.
‒‒Ninguna, effendi.  Pero hay rumores de que continúa en su caverna. También que le han visto recorrer, melancólico, desiertos y llanuras—. 

Al amanecer, estalló un clamor entre la caravana.  La noticia era terrible; mi guía había muerto y mostraba lesiones en los pies.  Perplejo, levanté la vista y a la distancia, distinguí la silueta negra de un jinete y su cabalgadura. Luego, no se vio sino polvo y por fin, ni polvo siquiera.»


Violeta Balián @ 2017

EL PACTO, un relato de Violeta Balián

"El pacto" Miriam Ascúa (Córdoba, Argentina) "Un día, paseaba el rey junto al río que los griegos llaman Nil...