“Crónicas
de un viaje por el Cáucaso”
Barón
Hugo von Röhrbeck
Longmans, Green, and Co. (Londres 1881)
«A poco de
desembarcar en Samsún y emprender un viaje de reconocimiento topográfico por
tierras armenias, contraté un guía y nos unimos a una caravana que viajaba hacia
el sur. Una noche, acampados a cielo
abierto observé que los viajeros, uno tras otro se acercaban al fuego y
arrojaban cabezas de ajo para ahuyentar a los malos espíritus. Al desconocer el
origen de tales creencias, consulté con el guía. Ante mi interés el hombre tuvo un momento de
vacilación, miró alrededor, y en seguida me habló del vampiro Dachnavar, que desde
tiempos inmemoriales habitaba una caverna incrustada en el Monte Ararat. Y que era
ésta la criatura alada que sobrevolaba la región marcando su señorío sobre los
abundantes y profundos valles del país que ellos llaman Hayastán. Por otra parte, obsesionado con los intrusos,
el vampiro había decretado que todo aquel que incursionara en su territorio o
revelara el número secreto de sus valles, sufriría un castigo mortal o sea, una
muerte peculiar dado que el monstruo atacaba a sus víctimas mordiéndolas en las
plantas de los pies.
Las infamias del Dachnavar perduraron por siglos y siglos
hasta que un buen día encontró a su digno adversario en dos astutos extranjeros
comisionados para hacer un conteo de los valles. Los hombres, advertidos por las gentes del lugar
se echaron a dormir poniendo los pies del uno detrás de la cabeza del otro.
Horas más tarde, en la oscuridad, el Dachnavar dio con una cabeza. Tanteó el
lado opuesto y allí también había una cabeza.
Humillado, protestó ‒‒:
Vaya, he recorrido los 366 valles de estas montañas y bebido todas las sangres
posibles sin haberme encontrado jamás con una criatura sin pies y dos cabezas‒‒.
‒‒A nuestro vampiro no
le quedó sino un recurso: abandonar el país para nunca más volver. Ahora, todos conocemos el número de sus
valles ‒‒ dijo el guía azuzando el
fuego.
Pregunté qué certeza había
de su huida.
‒‒Ninguna, effendi.
Pero hay rumores de que continúa en su caverna. También que le han visto
recorrer, melancólico, desiertos y llanuras—.
Al amanecer, estalló
un clamor entre la caravana. La noticia
era terrible; mi guía había muerto y mostraba lesiones en los pies. Perplejo, levanté la vista y a la distancia,
distinguí la silueta negra de un jinete y su cabalgadura. Luego, no se vio sino
polvo y por fin, ni polvo siquiera.»
Violeta Balián @ 2017
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